Vapor, de Max

Me resulta complicado escribir sobre este cómic de Max. Lo disfruté, me gustó mucho, pero al mismo tiempo no estoy seguro de haberlo entendido todo. Tengo la sensación de que guarda secretos que no supe encontrar. Quizás justamente por eso me gustó. Está bien, creo yo, que una obra tenga sus misterios, que no venga masticadita de entrada para que no te sientas perdido ni por un brevísimo instante, no vaya a ser cosa de que te entre el vértigo existencial y para no volver a sentir jamás esa horrible sensación de vacío decidas no comprarte la secuela, o la precuela, o la remera o los calzones con la cara del personaje principal. Por suerte, Max no vende calzones, vende historietas premium.

Vapor es una obra filosófica, lo que puede asustar un poco (al menos a mí) pero nada presuntuosa. Max rebaja la filosofía con mucho humor para construir una historia que se lee con facilidad y deleite. Arranca con Nicodemo (el de la tapa) tirado boca arriba en el desierto. Está ahí siguiendo los pasos de los monjes anacoretas, que buscaban la limpieza del espíritu a través de una vida de privaciones. “Estoy harto, ¡harto de todo!”, explica, “¡Del mundo, de la gente, de las cosas y de las ideas, de las palabras y las imágenes!”. En seguida aparece el gato Mosh y le baja los humitos. “Mirá, pibe, te veo muy trascedente, esos aires no te van a servir de nada acá”. Y después le ofrece cigarrillos, pastillas, alcohol y… chicas. En fin, el desierto no es lo que parece, incluso ahí el pobre Nick (como lo rebautiza Mosh) tendrá que luchar contra tentaciones y distracciones.

No hay en realidad mucha historia en Vapor, la anécdota es siempre mínima. Y más allá de que hay un claro orden cronológico dado por el tiempo que Nick pasa en el desierto, que los textos se encargan de contar las semanas, los capítulos casi podrían leerse y disfrutarse por separado. Casi pero no, porque, además de sacarle el jugo a una idea (Nick ve pasar a una chica; Nick se pelea con su sombra), en cada capítulo Max va sumando elementos y personajes que construyen el mundo del desierto y disparan alguna reflexión o reacción en el aprendiz de anacoreta. Todos los personajes que aparecen son frescos, sorprendentes y de una solidez sin fisuras; parece que hubieran vivido siglos en ese desierto o, mejor dicho, en la cabeza del autor.

El dibujo de Max en este libro, de trazo preciso y voluptuoso, viene de muy atrás, de los pioneros de dibujo animado y la tira diaria. Mosh, el gato, parece sacado de aquel primer corto de Mikey Mouse en el barquito. Y a juzgar por las formaciones de piedra de aspecto lunar que se ven en el horizonte, el desierto de Vapor podría ser el mismo por el que pululan los personajes de Krazy Kat, de Herriman. De hecho, cada vez que Nick empieza a ponerse banal (por ejemplo tarareando La Isla Bonita de Madonna) alguien que no aparece en plano le tira un ladrillazo para acomodarle las ideas. Da para sospechar que el ratón Ignatz no anda muy lejos.

Investigando un poco en Internet para escribir esto “descubrí” un blog en el que Max explica todo el proceso de creación de Vapor. Lo miré por arriba para no “contaminar” esta reseña y alcanzar mis propias conclusiones sobre la obra. Ahora me voy corriendo a leerlo. Si sos historietista o querés serlo, no te pierdas por nada del mundo la oportunidad de entrar en la cabeza de uno de los artistas más grandes que tenemos hoy en día, vivito, coleado y creando a un nivel estratosférico.