El juego de las golondrinas

El juego de las golondrinas, de la autora libanesa Zeina Abirached, se cuela en occidente, sin dudas, a través de la puerta que abrió Persépolis. Hay, además, algunos parecidos insoslayables entre las dos obras: el dibujo simple, el pleno blanco y negro, la autobiografía y el conflicto político/guerra como telón de fondo que por momentos pasa al frente. Pero ahí terminan las coincidencias, primero porque las historias no se parecen en nada y segundo porque Zeina Abirached tiene su propia voz, critalizada en una narrativa con búsqueda formal, por decirlo de alguna manera, que desde la primera página la separa del trabajo de Satrapi. ¿Se imaginan lo harta que debe estar la pobre Zeina de que la comparemos con la gigante iraní?

El lugar es muy importante en esta historia y por eso la autora comienza explicándonos cuál era la situación de su barrio en el Beirut de la guerra civil del Líbano y cómo, por cuestiones de seguridad ante los combates, su familia tuvo que ir abandonando las habitaciones de la casa en que vivían hasta terminar confinada en el recibidor. En esa mínima habitación se desarrolla toda la historieta, mientras afuera arrecia la guerra. La historia empieza con la niña Zeina y su hermanito menor esperando que sus padres vuelvan de la casa de su abuela, donde han quedado varados por un recrudencimiento inesperado de los combates. Enseguida aparece Anhala, una vecina, la primera de un desfile de personajes únicos y entrañables.

La cuestión es que el recibidor de la casa de Zeina es el lugar más seguro del edificio, así que en las noches de bombardeo todos los vecinos acuden a refugiarse ahí. La primera en llegar, como ya dije, es Anhala, la criada de una familia bienestante. Después llega Chucri, el taxista; después, Ernest, el profesor de francés que recita de memoria pasajes de Cyrano de Bergerac; después llegan el señor Khaled, que trae el whisky, y la señora Linda, ex miss Líbano; y finalmente llegan Farah y Ramzi, el matrimonio que espera un hijo. A medida que los va introduciendo, la autora nos cuenta un poco de la vida de sus personajes. Sobre esas historias, todas marcadas a fuego por la guerra, y sobre la tensa espera del regreso de los padres de Zeina va la cosa. Pero ojo que esto no es dramón, todo lo contrario, en el pequeño recibidor, con los obuses tronando afuera, se vive un clima de optimismo, fraternidad e incluso de alegría.

Como mencioné en el primer párrafo, esta es un trabajo con búsqueda formal. Destacan por ejemplo, el uso de las repeticiones de elementos y los diagramas que Abirached maneja con mucha pericia. La autora, también, pone gran mimo en las composiciones de página. Se nota la voluntad de encontrar siempre la mejor manera de trasmitir la información necesaria, en lo posible de alguna forma refrescante, evitando a toda costa la monotonía. Sale muy airosa Zeina de los desafíos que se autoimpone y entrega una historieta perfecta en su humildad, chiquita como el recibidor en el que todo sucede y grande como la guerra de afuera.