Los surcos del azar, de Paco Roca

Los surcos del azar es la obra consagratoria del valenciano Paco Roca, el último puñado de hojas en la corona de laureles que empezó a formarse alrededor de su testa con Arrugas y siguió creciendo con El invierno del dibujante. No imagino la presión que debe haber sentido Paco al preguntarse, después de El Invierno.. ¿Y ahora qué hago? Menos imagino la alegría que debe haber sentido al dar con la historia de la legendaria y casi secreta 9ª Compañía de la 2ª División blindada de la Francia Libre, formada en su inmensa mayoría por expatriados españoles, republicanos perdedores de la guerra civil que fueron, nada menos y nada más, que los primeros soldados aliados en entrar en la París tomada por los Nazis. Y por último, lo más difícil de imaginar es el ataque de euforia que debe haber tenido Roca al encontrar, en un pueblito francés, a un viejo gruñón llamado Miguel Ruiz, que resultó ser un miembro destacadísimo de 9ª Compañía al que se daba por desaparecido. Estamos hablando de un comando de esos que se infiltran tras la línea enemiga y se cargan a tres o cuatro nazis, a cuchillo, para robarse una pieza de artillería. Un pedazo de héroe de guerra que reíte de Charles Bronson en Los doce del Patíbulo.

La narración alterna dos tiempos, presente y pasado. En el presente, el autor, convertido en personaje de su propia historieta, llega al pueblo francés en el que vive el soldado legendario para entrevistarlo. En el pasado se cuenta el periplo de los miembros más famosos de La Nueve (nombre coloquial de la 9ª Compañía), desde su angustiosa huida de España hasta a la gloriosa entrada en París (no hay spoiler, las cartas están sobre la mesa desde el principio). Lo del presente son simplemente charlas que Paco Roca mantiene con el entrevistado, que comienza muy reticente y se va abriendo poco a poco, hasta llegar a disfrutar la experiencia. La parte del pasado cuenta una aventura increíble: los protagonistas pasan por campos de refugiados y de concentración, sobreviven a muchas decenas de combates, primero en África y luego ya en territorio europeo, siguiendo siempre la misma zanahoria: están convencidos de que si cae Hitler el siguiente en caer será Franco. No le falta nada a esta historia real, ni siquiera un romance que atraviesa la guerra de punta a punta.

Me pregunté, en algún momento, qué aportaba la parte del presente teniendo en cuenta que el material del pasado, por sí solo, daba para hacer una de Hollywood que arrasara en los Oscar. Después de pensarlo un rato me respondí que la historia no tendría el mismo impacto e incluso sería difícil de creer si no la viéramos salir de la boca de unos de sus protagonistas. No sé si Paco Roca grabó sus charlas con Miguel Ruiz, en todo caso, la reconstrucción de la voz del soldado es muy verosímil y es la que va introduciendo y comentando los episodios bélicos. El autor también pone su parte, por supuesto, sobre todo a la hora de subrayar y explicar la importancia de los hechos relatados en el contexto amplio de la contienda. Paco Roca no encontró de casualidad a Miguel Ruiz, llegó a Francia bien estudiado y apoyado por un historiador (especializado en La Nueve) que cierra el libro con un epílogo. Es decir, además de ser una de guerra adictiva, Los surcos del azar es un trabajo serio y comprometido como pocos.

En cuanto a dibujo y narrativa, Paco Roca es un autor medido, austero, clásico. Ni tira cuetes ni hace piruetas. Hace lo que hay que hacer para contar la historia de la manera más eficaz posible. En este caso, usa dos registros gráficos bien diferentes para separar pasado y presente. Para dibujar el pasado usa (diría, puedo equivocarme tranquilamente) un pincel que le da un trazo algo más suelto que el de sus trabajos anteriores (aunque para darte cuenta tenés que mirarlo muy de cerca porque Paco dibuja chiquito, mete una cantidad asombrosa de información en cada viñeta). El pasado tiene colores bélicos: marrones, verdes, caqui, algunos azules. El presente, dibujado con marcador, es casi un ejercicio de línea pura, con algunas manchas grises de aguada para dar sombras. La confusión es imposible. Hay, además, un enorme trabajo invisible de dibujo que los lectores normalmente no vemos o damos por sentado: la documentación. Para una obra de estas dimensiones históricas, el autor tuvo que hacer un máster en uniformes, vehículos, armas, lugares y hasta caras, porque la gente que dibuja existió. Y sí, está Internet, pero estoy seguro de que no alcanza.

Vuelvo, para terminar, a recalcar la seriedad y el compromiso de Paco Roca con su obra. Porque, teniendo ya en el bolsillo la historia de La Nueve, el hombre podría haberse dado por satisfecho contándola como estaba en los trabajos de los historiadores (que los hay). Pero no lo hizo, se fue a un país extranjero con la vaga promesa de encontrar a un combatiente desaparecido en acción en la Segunda Guerra Mundial, y, como recompensa a esa tenacidad, lo que encontró fue puro oro. Grande, Paco.

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