
Persépolis, de la autora iraní Marjane Satrapi, es muchas cosas. Primero que nada, es una obra inmensa, dura, honesta y conmovedora. Es una ópera prima que consagró a su autora casi de un día para el otro y la convirtió en una especie de embajadora mundial del medio oriente laico y progresista. Es también el Dark Knight o el Watchmen del cómic autobiográfico-étnico-de-conflicto. (Me explico: así como las obras de Miller y Moore desencadenaron el reinado de los superhéroes realistas y crepusculares, después del bombazo de Persépolis, los editores se lanzaron a una búsqueda frenética de dibujantes de cómic que la hubieran pasado mal en un país del llamado tercer mundo e inundaron el mercado con obras dispares). Por último, Persépolis, a mi exclusivo y obviamente subjetivo entender, es la rotunda constatación de que para hacer una gran historieta no hace falta ser un o una gran dibujante, lo imprescindible es ser un o una gran historietista, como Satrapi.

Satrapi es nieta de un príncipe derrocado y devenido primer ministro, que más tarde se hizo comunista y se pasó el resto de la vida entrando y saliendo de la cárcel. Marjane nació en el seno de una familia progresista con fuerte implicación política. De chica, ya era una especie de Mafalda de la vida real, con información, opiniones y convicciones. En Persépolis, la política, la historia de Irán y la vida privada son indisociables. La obra está estructurada en cuatro libros que originalmente se publicaron por separado. El primer libro, comieza cuando la autora tiene diez años y narra su vida durante el ascenso de la revolución islámica al poder, un aire fresco para su familia, que no tardó en ponerse rancio. En el segundo libro, Marjane cuenta el fin de su infancia y el comienzo de su adolescencia, mientras la revolución se pone cada vez más dura y estalla la guerra contra Irak. En el tercer libro, el menos político y más autobiográfico al uso, Marjane, de quince años, vive sola en Austria, país al que sus padres la enviaron a estudiar para protegerla de la guerra. El cuarto libro cuenta el regreso a Irán y la entrada de Marjane en la vida adulta.

Cada libro está dividido en capítulos, anécdotas muy hábilmente seleccionadas por la autora para hacer avanzar, al mismo tiempo, su historia y la historia con mayúsculas de su país. Digo anécdotas por decirlo de alguna manera, pero la verdad es que la palabra se queda bastante corta para describir algunos de los episodios narrados. A Marjane y su familia les pasan muchas cosas fuertes, angustiantes, indignantes y desgarradoras. Pero… también hay lugar para momentos tiernos, graciosos y esperanzadores. Además de una memoria prodigiosa, Satrapi tiene una gran sensibilidad y honestidad como narradora. Te atrapa de la manera más orgánica: contándote con naturalidad una historia impresionante.

En cuanto al aspecto gráfico de la obra, retomando una idea que solté en el primer párrafo, Satrapi no es una dibujante dotada y tampoco creo que le interese serlo. Si bien su dibujo es muy expresivo, sobre todo en cuanto gestos y movimientos de la figura humana, y de vez en cuando nos regala alguna metáfora visual hermosa, parece estar construido a partir de una gran conciencia de sus limitaciones; tiene cierta torpeza, me atrevo a decir, que le queda bien y pega con la narrativa simple, sin estridencias ni búsquedas formales, que Marjane maneja a la perfección. Viendo los resultados alcanzados, además, es para aplaudir de pie un rato largo.
“No me puedo dormir cuando leo Persépolis”, me dijo mi señora esposa, hace unos días, metida en la cama con esta novela gráfica en la manos, “¡me despierta!”. ¿Hay algo mejor que se pueda decir de un libro?