Pinocchio, de Winshluss

No descubro la pólvora si digo que este libro es una maravilla, lleva años cosechando justificadas loas. Empiezo por el objeto en sí (en este caso en edición de La Cúpula), que es una joya de esas que inyectan placer sensorial directo en vena. Arranqué a gozar con el diseño de la tapa, que además de ser precioso tiene un quinto color, plateado, usado con sutileza e intención. Seguí gozando con las guardas dibujadas y después las yemas de mis dedos tuvieron doscientos orgasmos, uno detrás de otro, a medida que iba pasando las planchas de papel de gramaje generoso y textura rugosa, de altísima calidad, que le dan cuerpo al volumen. Volumen que, a pesar de ser un ladrillo de considerable tamaño, no pesa lo que uno se espera al verlo y se lee con facilidad en la cama. Un milagro de la edición que me obliga a postrarme, como creyente de EL LIBRO que soy, ante una clara manifestación de la divinidad.

Pero todo lo anterior no valdría nada, sería incluso obsceno (como muchas veces sucede en este tiempo de ediciones de lujo) si no fuera por la gran historieta que el objeto contiene. No leí el texto de Carlo Collodi, así que no sé exactamente qué relación tiene este Pinnochio de Winshluss con el original. Reconocí, eso sí, algunos pasajes de esos que están grabados a fuego en la cultura popular, como por ejemplo el de Geppetto y la ballena. En general, la adaptación tiene pinta de ser muy libre… además de brutal, bizarra y moderna. Sobre la estructura de la historia que más o menos conocemos, Winshluss mezcla materiales y registros: cuentos de hadas, policial negro, crítica social a la Dickens, humor con sabor underground… No le hace asco a nada y todo le queda bien, encaja perfecto en el mecanismo de engranajes que mueve a Pinnochio.

Geppetto inventa un robot de guerra que pretende venderle al ejército. Pero algo sale mal. Pepito Cucaracha (trasunto del Pepito Grillo que conocemos por Disney), después de ser despedido de su trabajo y echado de casa por su pareja, termina viviendo dentro de la cabeza de Pinnochio donde hace quilombo. Cruza cables. Chispas. Humo. Todo mal. Esto provoca un hecho desgraciado y empieza la peripecia del robot, que se pierde en el mundo. Winshluss usa a Pinnochio casi como una excusa para cruzarlo con personajes que traen a cuesta sus propias historias: un asesino, dos vagabundos, un ojo mecánico, una versión depravada de los enanitos de Blanca Nieves, un niño de la calle, un payaso devenido dictador fascista. Todas las historias se mezclan, se cruzan o se tocan, para formar la historia grande del niño de madera, que en esta versión es de metal.

Winshluss mezcla registros gráficos con la misma soltura que mezcla géneros en la historia. En el registro base, digamos, el que cuenta lo que le pasa a Pinocchio, trabaja con tinta negra y color (imagino que digital pero no pondría las manos en el fuego). De vez en cuando intercala grandes ilustraciones hechas solo a color, sin tinta, en una técnica que parece ser acuarela. En las páginas de Pepito Cucaracha, parece usar un marcador fino, sin lápiz previo, a mano alzada. En otro registro, que usa para dos partes especiales, muy sensibles de la historia, hace todo con un lápiz de color marrón, virado al violeta. Y ahí no se agotan las piruetas, hay más. Todo un derroche de recursos bien aplicados sobre la base de un dibujo… GLORIOSO.

Casi no hay textos en esta historieta lo que hace que se lea con bastante velocidad. Las partes protagonizadas por Pinnocchio y Geppetto (que tiene su peripecia en paralelo) son narradas por el dibujo casi en exclusiva. Los diálogos, muy afilados, de un humor corrosivo, se concentran en las planchas de Pepito Cucaracha. También encontré unos cuantos hallazgos narrativos, dignos de ser robados para uso propio. Hay una splash page recurrente, por ejemplo, en la que Pinocchio cuelga de una soga mientras el paso del tiempo está dado por la construcción de una gran estatua que se ve en el fondo. Y hay una secuencia hermosa en la que el payaso dictador convierte a un ejército de niños en lobos cantándoles una canción.

Lo dicho, no descubro la pólvora si digo que este libro es una maravilla, una obra maestra.

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